HORAS FELICES

Último reino XII

QUIGNARD, PASCAL

Shangrila ediciones  

Págs. 236 - 2026

 

Para orientarse mejor entre las páginas de Horas felices, duodécimo volumen de la serie “Último reino”, hay que ver en Pascal Quignard a un autor de la memoria que la moviliza en toda su intimidad e intelectualidad, lo que torna su escritura compleja y poblada de referencias. Y la cuestión del tiempo, tema central del libro, participa en esta experimentación formal que el autor articula en torno a la memoria.

En Quignard, la porosidad de los géneros deriva de su voluntad de reproducir el movimiento del pensamiento; para hacerlo, Quignard se apoya en la asociación de ideas, e introduce así la heterogeneidad (como atestigua el encadenamiento del recuerdo de los últimos instantes de Emmanuèle Bernheim con una crítica despiadada y subjetiva del mes de noviembre, mes de los muertos). Este movimiento de retorno es un elemento típico del escritor, conectado a su visión de la memoria; esta circularidad, como un oleaje, es una propiedad que Quignard confiere al tiempo en Horas felices, al rechazar la linealidad que habitualmente se le atribuye.

El agua es un elemento clave de la obra de Quignard y Horas felices no es una excepción. Cuando se abandona a sus recuerdos con Emmanuèle Bernheim, lo que aflora en esas páginas es casi siempre un paisaje marino; y sus recuerdos devienen cuadros, inspirados sin duda en las ilustraciones del libro de horas de Duque de Berry, que Quignard leía con su abuela cuando era más joven: “Estrictamente hablando, ella se deslizaba en el océano. Entraba impávidamente en el agua fría y siempre un poco ventosa del Atlántico, rugiente e inmenso. Como si el agua fuera aire”.

El tema del agua concierne al escritor más íntimamente de lo que parece. Porque cuando escribe que “el pasado vuelve una y otra vez en forma de extrañas olas nunca iguales”, está hablando también de su gesto al escribir. En el texto, el mar, el agua, son una imagen de la memoria, del “oleaje puro” que puntúa cada página con temas (la muerte), personajes históricos (La Rochefoucauld), detalles de recuerdos (los higos y la uva) que retornan y vuelven a partir, que se posan apenas más tiempo en la mente del lector que la espuma sobre la arena y lo guían, mediante ese regreso sin fin de motivos, por la memoria quignardiana, vasta y abisal.

Cléa Provence, Libération

HORAS FELICES, ULTIMO REINO XII.QUIGNARD, PASCAL

$24.000
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Para orientarse mejor entre las páginas de Horas felices, duodécimo volumen de la serie “Último reino”, hay que ver en Pascal Quignard a un autor de la memoria que la moviliza en toda su intimidad e intelectualidad, lo que torna su escritura compleja y poblada de referencias. Y la cuestión del tiempo, tema central del libro, participa en esta experimentación formal que el autor articula en torno a la memoria.

En Quignard, la porosidad de los géneros deriva de su voluntad de reproducir el movimiento del pensamiento; para hacerlo, Quignard se apoya en la asociación de ideas, e introduce así la heterogeneidad (como atestigua el encadenamiento del recuerdo de los últimos instantes de Emmanuèle Bernheim con una crítica despiadada y subjetiva del mes de noviembre, mes de los muertos). Este movimiento de retorno es un elemento típico del escritor, conectado a su visión de la memoria; esta circularidad, como un oleaje, es una propiedad que Quignard confiere al tiempo en Horas felices, al rechazar la linealidad que habitualmente se le atribuye.

El agua es un elemento clave de la obra de Quignard y Horas felices no es una excepción. Cuando se abandona a sus recuerdos con Emmanuèle Bernheim, lo que aflora en esas páginas es casi siempre un paisaje marino; y sus recuerdos devienen cuadros, inspirados sin duda en las ilustraciones del libro de horas de Duque de Berry, que Quignard leía con su abuela cuando era más joven: “Estrictamente hablando, ella se deslizaba en el océano. Entraba impávidamente en el agua fría y siempre un poco ventosa del Atlántico, rugiente e inmenso. Como si el agua fuera aire”.

El tema del agua concierne al escritor más íntimamente de lo que parece. Porque cuando escribe que “el pasado vuelve una y otra vez en forma de extrañas olas nunca iguales”, está hablando también de su gesto al escribir. En el texto, el mar, el agua, son una imagen de la memoria, del “oleaje puro” que puntúa cada página con temas (la muerte), personajes históricos (La Rochefoucauld), detalles de recuerdos (los higos y la uva) que retornan y vuelven a partir, que se posan apenas más tiempo en la mente del lector que la espuma sobre la arena y lo guían, mediante ese regreso sin fin de motivos, por la memoria quignardiana, vasta y abisal.

Cléa Provence, Libération