PLANETA ADOLESCENTE, CARTOGRAFIA PSICOANALITICA PARA UNA EXP.

CAO, MARCELO LUIS

Editorial: Windu. Páginas: 208. 2024.

Hacer una relectura de un texto propio luego del transcurso de un tiempo prudencial (prudencia que debe ser mensurada por cada autor, ya que no contamos con un parámetro absoluto), entraña el enfrentamiento con dos tipos de riesgos. En primer lugar, nos encontramos con los riesgos reales, aquellos que surgen de la valoración por parte del autor de la vigencia de las ideas vertidas. Es que para conservar dicha vigencia éstas deberán pasar una y otra vez por el tamiz del cuestionamiento para evitar la típica cristalización esterilizante.

En segundo lugar, nos acechan los que podríamos denominar con el apelativo de riesgos fantasmales, los cuales provienen del estupor que se adueña del autor frente al desconocimiento que puede sufrir en torno a las ideas puestas en juego, el cual puede expresarse a través de las siguientes preguntas: ¿yo pensaba así?, o bien, ¿esto lo escribí yo? Esta suerte de extrañamiento, que genera un espectro que puede cursar desde la perplejidad al rechazo, debería conducir a la rememoración elaborativa de las voces de los personajes internos que han quedado atrás en el proceso de individuación del autor.

De este modo, el registro narcisista habrá de conjugar una nueva polaridad (1) ,aquella que va a quedar representada por el sigiloso pendular entre la cristalización y el extrañamiento de las partículas elementales de la propia producción (situación que, desde luego, no se restringe sólo a la escritura). Mi relectura, como no podría ser de otra manera, quedó encuadrada dentro de las generales de la ley. Rescaté y deseché ideas, me enfrenté a cristalizaciones y extrañamientos, resignifiqué los elementos de mi propia historia y del contexto social, político y económico que enmarcó la producción de este ensayo.

Si ahora pasamos del autor al texto, veremos que han transcurrido más de dos décadas desde la primera edición de Planeta Adolescente. En este dilatado espacio-tiempo muchos de los acontecimientos que han sacudido el pulso de las comunidades y de sus marcos socioculturales podrían haber augurado la caducidad de sus razones de existencia. No obstante, este cuerpo celeste continúa transitando incólume su órbita errante. Por esta razón, aún con sus matices y algunas correcciones las tesis centrales de este viejo ensayo siguen vigentes.

Es que el curso de los eventos sociales, económicos y políticos ha virado una y otra vez en diversas direcciones. Las guerras de alta y baja intensidad siguieron asolando a poblaciones, colectivos y minorías. Los ideales y valores continuaron con su habitual derrotero de degradación. Y, last but no least, el capitalismo posindustrial a predominio financiero sigue bailando en la cubierta del Titanic. Aún así, cada nueva generación de adolescentes renueva su esperanza y compromiso por la construcción de un futuro mejor para si mismos y para toda la humanidad.

Esta esperanza y compromiso se traslucen en las producciones del imaginario adolescente de turno. Aunque para ser precisos deberíamos dar cuenta de la simultaneidad de los imaginarios adolescentes que pueblan la cultura de una generación dada. Estas producciones son las que conforman y sostienen el entramado cultural del Planeta Adolescente, en tanto definen los códigos, ideales y valores con los que se establece no sólo la comunicación sino también la convivencia con los adultos, permitiendo, a su vez, la mentada proyección a futuro. Asimismo, estas producciones transcriben en tiempo real a las significaciones imaginarias sociales que pueblan el éter cultural la sinergia de fuerzas que expresa y se expresa a través de cada generación adolescente.

Por otra parte, también mantiene su vigencia el concepto de transbordo imaginario, en la medida que sobre sus espaldas se sustenta el estatuto virtual que caracteriza a la órbita del Planeta Adolescente. Es que la apropiación de los lugares y funciones que los jóvenes llevan a cabo a través de las pruebas y contrapruebas con las que experimentan los roles a ocupar, encarnándolos de manera fugaz o transitoria, continúa siendo una operatoria valida en todas las latitudes terrestres.

Otro tanto sucede con la operatoria de la remodelación identificatoria, ya que la reconfiguración de las instancias psíquicas por la vía de la incorporación de modelos y figuras sigue siendo axial a la hora de la secuencia de montajes identitarios que habrá de poblar la transición adolescente. Esta secuencia perdurará hasta que con la obtención de la ansiada autonomía se produzca la salida del Planeta Adolescente y con ella se establezca el equilibrio identitario (siempre inestable), que les permita manejarse como jóvenes adultos.

Asimismo, la inacabada polémica función de los medios de comunicación, en la medida que responden a los intereses del marketing empresarial y político, mantiene intacta la validez del capítulo 3. La profundización de este funcionamiento a lo largo de la primera década del siglo XXI da cuenta del enorme poder en juego para condicionar no sólo el consumo de objetos, sino también el de ideas y de acciones.

A su vez, los conceptos vertidos en los capítulos 4, 5 y 6 se sostienen gracias a que la juventud sigue encarnando el modelo ideal de la sociedad, a que el desprendimiento material, afectivo y simbólico de la familia de origen continúa en dificultades debido a la salida de escena de los adultos en su derrotero de constante adolentización y que la subjetividad continúa siendo una producción epocal. Y, como la adolescencia persiste en su función de caja de resonancia de la cultura societaria, a través de su lente de aumento se avizora la permanente complejidad de estas conflictivas. 

Por su parte, el retorno de la alianza entre neoliberalismo y posmodernidad a los resortes del poder gubernamental en Latinoamérica inviste a esta temática con la misma vigencia que en la última década del siglo pasado. Justamente, Jorge Alemán plantea que la palabra posmoderno devino en un adjetivo que, en su funcionamiento semántico, terminó al servicio de legitimar la nueva hegemonía neoliberal. Por tanto, el fin de los grandes relatos se transformó en el abandono de las cuestiones tanto de la ideología como de la política y coadyuvó al rechazo de las lógicas emancipatorias. El elogio de la ironía y el escepticismo, la fascinación por la globalización y por la “sociedad del conocimiento” convirtió al significante “posmoderno” en el sinónimo de la falta de compromiso con causa alguna y en la encarnación del espectador lúcido que privilegia el lado estético y sin consecuencias.

Afirma, asimismo, que es indudable que la duración, la permanencia, la temporalidad de las instituciones familiares, políticas y económicas están siendo socavadas. En los países centrales, por ejemplo, miles de jóvenes no saben cuánto tiempo seguirán viviendo en su ciudad, en su trabajo o en su entorno de relaciones cotidianas. Es que la subjetividad contemporánea en tanto producto de la lógica cultural del capitalismo tardío instituyó al sujeto líquido, precario, sin orientación ni gravedad, atado a sus prácticas de goce sin una brújula ética, sin lazos sociales ni relatos que le permitan acuñar una experiencia de transformación.

En este sentido, el neoliberalismo no es sólo una ideología a favor de los mercados y el capital financiero, tampoco se reduce a una mera política económica, es un conjunto de prácticas teóricas, políticas, estatales, institucionales que apuntan a una nueva invención del sujeto. El sujeto neoliberal está organizado por distintos dispositivos para concebirse como un empresario de sí mismo, lo cual lo obliga como a todo emprendedor a la maximización de su rendimiento. Por ello, se han vuelto célebres los entrenadores personales, los consejeros, los estrategas de la vida, los asesores de emprendimiento, todas técnicas subjetivas de despolitización de la existencia.

Por tanto, el neoliberalismo no es la desaparición del Estado frente a la indetenible marcha del mercado guiado por su “mano invisible”. Esto es un error de perspectiva. Tal como ya se puede apreciar en Europa, el neoliberalismo se apropia del Estado y sus instituciones para que funcionen como dispositivos de entrenamiento subjetivo, a fin de que el sujeto se entregue a un espacio de exigencias ilimitadas que sólo puede asumir como emprendedor de sí, por fuera de las distancias simbólicas que aún perduraban en el sujeto moderno (Alemán, J. 2013).

En esta misma línea Gilles Lipovetsky enfatiza que el individualismo “en efecto, ha entrado en otra fase de su andadura histórica, en su momento hipermoderno, que se caracteriza por una serie de rasgos fundamentales: el culto al cuerpo, el culto a lo psicológico o lo relacional, el culto al hedonismo consumista y el culto a la autonomía subjetiva brotan cuando desaparece la fe en las grandes ideologías de la historia (Nación, Revolución, Progreso). Esta inmensa metamorfosis se produce entre una ristra de paradojas. El neoindividualismo comporta liberación de la vida privada, pero también fragilización del yo (ansiedad, depresión, suicidios…). Coincide con la soberanía triunfal del sujeto, pero también con la desestructuración de anómica de los vínculos sociales y familiares. Es sinónimo de masificación, pero también de personalización de las conductas, de las apariencias, la relación con el tiempo (la vida a la carta). Rompe la familia tradicional en nombre de la libre disposición de uno mismo…” (Lipovetsky, G. 2009). 

A su vez, José Pablo Feinmann plantea que vivimos “los tiempos de la modernidad informática. Así deberán ser calificados para que podamos acercarnos hacia su adecuada intelección. La posmodernidad fue apenas una etapa breve de la modernidad que vino a consolidar teóricamente el universo neoliberal que se impuso con la caída de la Unión Soviética. Los mismos neoliberales renegaron de sus postulados. La totalidad no había muerto. Ahora se llamaba globalización. La modernidad no era un proyecto acabado. Tampoco se identificaba con la era de las revoluciones. La modernidad sigue siendo el despliegue del capitalismo. Como lo ha sido siempre, incluyendo a los proyectos revolucionarios que intentaron oponérsele bajo el nombre de socialismo y fracasaron. La verdadera revolución la hizo el capitalismo, no el proletariado ni el Tercer Mundo. Esa revolución es la informática. De aquí que ésta sea la era de la modernidad informática, cuya globalización incluye el proyecto de controlar al entero mundo a través del poder comunicacional y del bélico.” (Feinmann, J. P. 2013).

Justamente, desde el punto de vista informático Piscitelli plantea la diferencia entre nativos e inmigrantes digitales. Estos últimos son personas ubicadas en una franja etárea que oscila entre los 35 y los 55 años y su caracterización se define porque han aprendido el lenguaje informático como una disciplina, mientras que los nativos digitales han nacido bajo el signo de Internet. Por esta razón, plantea que “los consumidores y próximos productores de casi todo lo que existe (y existirá) son los nativos digitales, y entre ambos cortes generacionales (o poblacionales) las distancias son infinitas, y las posibilidades de comunicación y de coordinación conductual se vuelven terriblemente difíciles, sino imposibles, a menos que existan mediadores tecnológicos intergeneracionales” (Piscitelli, A. 2009). Las camadas adolescentes que debutaron en el nuevo milenio llevan esta marca en el orillo virtual, dando cuenta de una diferencia abismal con sus predecesores, los cuales se han convertido en inmigrantes digitales.

De este modo, a pesar de los continuos zarandeos sociales, culturales y económicos que nos depara el imaginario social de cada época, el Planeta Adolescente sigue girando y conduciendo la tormentosa transición a la que este colectivo se ve expuesta vez tras vez con sus incesantes innovaciones. Por lo tanto, más allá de los lúgubres pronósticos sintetizados en “la juventud está perdida” con los que habitualmente los sermonean gran parte de las voces adultas, las culturas adolescentes siguen y seguirán expresando sus mensajes cuestionadores y esperanzadores urbi et orbi. El espíritu de este ensayo es seguir dando cuenta de ello

PLANETA ADOLESCENTE, CARTOGRAFIA PSICOANALITICA PARA UNA EXP.CAO, MARCELO LUIS

$7.500
PLANETA ADOLESCENTE, CARTOGRAFIA PSICOANALITICA PARA UNA EXP.CAO, MARCELO LUIS $7.500
Entregas para el CP:

Medios de envío

  • Librería Paidós Su compra podrá ser retirada cuando la orden de compra diga "Listo para retirar". Retiros en Local. Galería Las Heras. Av. Scalabrini Ortiz 3036 - Horario de Lunes a Viernes de 10,30 a 17 hs. Estamos cerrados Sábados, Domingos y Feriados.

    Gratis
Compra protegida
Tus datos cuidados durante toda la compra.
Cambios y devoluciones
Si no te gusta, podés cambiarlo por otro o devolverlo.

PLANETA ADOLESCENTE, CARTOGRAFIA PSICOANALITICA PARA UNA EXP.

CAO, MARCELO LUIS

Editorial: Windu. Páginas: 208. 2024.

Hacer una relectura de un texto propio luego del transcurso de un tiempo prudencial (prudencia que debe ser mensurada por cada autor, ya que no contamos con un parámetro absoluto), entraña el enfrentamiento con dos tipos de riesgos. En primer lugar, nos encontramos con los riesgos reales, aquellos que surgen de la valoración por parte del autor de la vigencia de las ideas vertidas. Es que para conservar dicha vigencia éstas deberán pasar una y otra vez por el tamiz del cuestionamiento para evitar la típica cristalización esterilizante.

En segundo lugar, nos acechan los que podríamos denominar con el apelativo de riesgos fantasmales, los cuales provienen del estupor que se adueña del autor frente al desconocimiento que puede sufrir en torno a las ideas puestas en juego, el cual puede expresarse a través de las siguientes preguntas: ¿yo pensaba así?, o bien, ¿esto lo escribí yo? Esta suerte de extrañamiento, que genera un espectro que puede cursar desde la perplejidad al rechazo, debería conducir a la rememoración elaborativa de las voces de los personajes internos que han quedado atrás en el proceso de individuación del autor.

De este modo, el registro narcisista habrá de conjugar una nueva polaridad (1) ,aquella que va a quedar representada por el sigiloso pendular entre la cristalización y el extrañamiento de las partículas elementales de la propia producción (situación que, desde luego, no se restringe sólo a la escritura). Mi relectura, como no podría ser de otra manera, quedó encuadrada dentro de las generales de la ley. Rescaté y deseché ideas, me enfrenté a cristalizaciones y extrañamientos, resignifiqué los elementos de mi propia historia y del contexto social, político y económico que enmarcó la producción de este ensayo.

Si ahora pasamos del autor al texto, veremos que han transcurrido más de dos décadas desde la primera edición de Planeta Adolescente. En este dilatado espacio-tiempo muchos de los acontecimientos que han sacudido el pulso de las comunidades y de sus marcos socioculturales podrían haber augurado la caducidad de sus razones de existencia. No obstante, este cuerpo celeste continúa transitando incólume su órbita errante. Por esta razón, aún con sus matices y algunas correcciones las tesis centrales de este viejo ensayo siguen vigentes.

Es que el curso de los eventos sociales, económicos y políticos ha virado una y otra vez en diversas direcciones. Las guerras de alta y baja intensidad siguieron asolando a poblaciones, colectivos y minorías. Los ideales y valores continuaron con su habitual derrotero de degradación. Y, last but no least, el capitalismo posindustrial a predominio financiero sigue bailando en la cubierta del Titanic. Aún así, cada nueva generación de adolescentes renueva su esperanza y compromiso por la construcción de un futuro mejor para si mismos y para toda la humanidad.

Esta esperanza y compromiso se traslucen en las producciones del imaginario adolescente de turno. Aunque para ser precisos deberíamos dar cuenta de la simultaneidad de los imaginarios adolescentes que pueblan la cultura de una generación dada. Estas producciones son las que conforman y sostienen el entramado cultural del Planeta Adolescente, en tanto definen los códigos, ideales y valores con los que se establece no sólo la comunicación sino también la convivencia con los adultos, permitiendo, a su vez, la mentada proyección a futuro. Asimismo, estas producciones transcriben en tiempo real a las significaciones imaginarias sociales que pueblan el éter cultural la sinergia de fuerzas que expresa y se expresa a través de cada generación adolescente.

Por otra parte, también mantiene su vigencia el concepto de transbordo imaginario, en la medida que sobre sus espaldas se sustenta el estatuto virtual que caracteriza a la órbita del Planeta Adolescente. Es que la apropiación de los lugares y funciones que los jóvenes llevan a cabo a través de las pruebas y contrapruebas con las que experimentan los roles a ocupar, encarnándolos de manera fugaz o transitoria, continúa siendo una operatoria valida en todas las latitudes terrestres.

Otro tanto sucede con la operatoria de la remodelación identificatoria, ya que la reconfiguración de las instancias psíquicas por la vía de la incorporación de modelos y figuras sigue siendo axial a la hora de la secuencia de montajes identitarios que habrá de poblar la transición adolescente. Esta secuencia perdurará hasta que con la obtención de la ansiada autonomía se produzca la salida del Planeta Adolescente y con ella se establezca el equilibrio identitario (siempre inestable), que les permita manejarse como jóvenes adultos.

Asimismo, la inacabada polémica función de los medios de comunicación, en la medida que responden a los intereses del marketing empresarial y político, mantiene intacta la validez del capítulo 3. La profundización de este funcionamiento a lo largo de la primera década del siglo XXI da cuenta del enorme poder en juego para condicionar no sólo el consumo de objetos, sino también el de ideas y de acciones.

A su vez, los conceptos vertidos en los capítulos 4, 5 y 6 se sostienen gracias a que la juventud sigue encarnando el modelo ideal de la sociedad, a que el desprendimiento material, afectivo y simbólico de la familia de origen continúa en dificultades debido a la salida de escena de los adultos en su derrotero de constante adolentización y que la subjetividad continúa siendo una producción epocal. Y, como la adolescencia persiste en su función de caja de resonancia de la cultura societaria, a través de su lente de aumento se avizora la permanente complejidad de estas conflictivas. 

Por su parte, el retorno de la alianza entre neoliberalismo y posmodernidad a los resortes del poder gubernamental en Latinoamérica inviste a esta temática con la misma vigencia que en la última década del siglo pasado. Justamente, Jorge Alemán plantea que la palabra posmoderno devino en un adjetivo que, en su funcionamiento semántico, terminó al servicio de legitimar la nueva hegemonía neoliberal. Por tanto, el fin de los grandes relatos se transformó en el abandono de las cuestiones tanto de la ideología como de la política y coadyuvó al rechazo de las lógicas emancipatorias. El elogio de la ironía y el escepticismo, la fascinación por la globalización y por la “sociedad del conocimiento” convirtió al significante “posmoderno” en el sinónimo de la falta de compromiso con causa alguna y en la encarnación del espectador lúcido que privilegia el lado estético y sin consecuencias.

Afirma, asimismo, que es indudable que la duración, la permanencia, la temporalidad de las instituciones familiares, políticas y económicas están siendo socavadas. En los países centrales, por ejemplo, miles de jóvenes no saben cuánto tiempo seguirán viviendo en su ciudad, en su trabajo o en su entorno de relaciones cotidianas. Es que la subjetividad contemporánea en tanto producto de la lógica cultural del capitalismo tardío instituyó al sujeto líquido, precario, sin orientación ni gravedad, atado a sus prácticas de goce sin una brújula ética, sin lazos sociales ni relatos que le permitan acuñar una experiencia de transformación.

En este sentido, el neoliberalismo no es sólo una ideología a favor de los mercados y el capital financiero, tampoco se reduce a una mera política económica, es un conjunto de prácticas teóricas, políticas, estatales, institucionales que apuntan a una nueva invención del sujeto. El sujeto neoliberal está organizado por distintos dispositivos para concebirse como un empresario de sí mismo, lo cual lo obliga como a todo emprendedor a la maximización de su rendimiento. Por ello, se han vuelto célebres los entrenadores personales, los consejeros, los estrategas de la vida, los asesores de emprendimiento, todas técnicas subjetivas de despolitización de la existencia.

Por tanto, el neoliberalismo no es la desaparición del Estado frente a la indetenible marcha del mercado guiado por su “mano invisible”. Esto es un error de perspectiva. Tal como ya se puede apreciar en Europa, el neoliberalismo se apropia del Estado y sus instituciones para que funcionen como dispositivos de entrenamiento subjetivo, a fin de que el sujeto se entregue a un espacio de exigencias ilimitadas que sólo puede asumir como emprendedor de sí, por fuera de las distancias simbólicas que aún perduraban en el sujeto moderno (Alemán, J. 2013).

En esta misma línea Gilles Lipovetsky enfatiza que el individualismo “en efecto, ha entrado en otra fase de su andadura histórica, en su momento hipermoderno, que se caracteriza por una serie de rasgos fundamentales: el culto al cuerpo, el culto a lo psicológico o lo relacional, el culto al hedonismo consumista y el culto a la autonomía subjetiva brotan cuando desaparece la fe en las grandes ideologías de la historia (Nación, Revolución, Progreso). Esta inmensa metamorfosis se produce entre una ristra de paradojas. El neoindividualismo comporta liberación de la vida privada, pero también fragilización del yo (ansiedad, depresión, suicidios…). Coincide con la soberanía triunfal del sujeto, pero también con la desestructuración de anómica de los vínculos sociales y familiares. Es sinónimo de masificación, pero también de personalización de las conductas, de las apariencias, la relación con el tiempo (la vida a la carta). Rompe la familia tradicional en nombre de la libre disposición de uno mismo…” (Lipovetsky, G. 2009). 

A su vez, José Pablo Feinmann plantea que vivimos “los tiempos de la modernidad informática. Así deberán ser calificados para que podamos acercarnos hacia su adecuada intelección. La posmodernidad fue apenas una etapa breve de la modernidad que vino a consolidar teóricamente el universo neoliberal que se impuso con la caída de la Unión Soviética. Los mismos neoliberales renegaron de sus postulados. La totalidad no había muerto. Ahora se llamaba globalización. La modernidad no era un proyecto acabado. Tampoco se identificaba con la era de las revoluciones. La modernidad sigue siendo el despliegue del capitalismo. Como lo ha sido siempre, incluyendo a los proyectos revolucionarios que intentaron oponérsele bajo el nombre de socialismo y fracasaron. La verdadera revolución la hizo el capitalismo, no el proletariado ni el Tercer Mundo. Esa revolución es la informática. De aquí que ésta sea la era de la modernidad informática, cuya globalización incluye el proyecto de controlar al entero mundo a través del poder comunicacional y del bélico.” (Feinmann, J. P. 2013).

Justamente, desde el punto de vista informático Piscitelli plantea la diferencia entre nativos e inmigrantes digitales. Estos últimos son personas ubicadas en una franja etárea que oscila entre los 35 y los 55 años y su caracterización se define porque han aprendido el lenguaje informático como una disciplina, mientras que los nativos digitales han nacido bajo el signo de Internet. Por esta razón, plantea que “los consumidores y próximos productores de casi todo lo que existe (y existirá) son los nativos digitales, y entre ambos cortes generacionales (o poblacionales) las distancias son infinitas, y las posibilidades de comunicación y de coordinación conductual se vuelven terriblemente difíciles, sino imposibles, a menos que existan mediadores tecnológicos intergeneracionales” (Piscitelli, A. 2009). Las camadas adolescentes que debutaron en el nuevo milenio llevan esta marca en el orillo virtual, dando cuenta de una diferencia abismal con sus predecesores, los cuales se han convertido en inmigrantes digitales.

De este modo, a pesar de los continuos zarandeos sociales, culturales y económicos que nos depara el imaginario social de cada época, el Planeta Adolescente sigue girando y conduciendo la tormentosa transición a la que este colectivo se ve expuesta vez tras vez con sus incesantes innovaciones. Por lo tanto, más allá de los lúgubres pronósticos sintetizados en “la juventud está perdida” con los que habitualmente los sermonean gran parte de las voces adultas, las culturas adolescentes siguen y seguirán expresando sus mensajes cuestionadores y esperanzadores urbi et orbi. El espíritu de este ensayo es seguir dando cuenta de ello